domingo, 24 de julio de 2011

La Princesa Escarlata

Reconoce un rostro en el público. Todos los días, en la quinta fila de butacas, el quinto asiento empezando por la izquierda. No recuerda cuando empezó a asistir a la función, aunque llevaba viendo ese rostro muchos meses, en la distancia. La gente va y viene, pero la princesa escarlata continúa en el quinto asiento de la quinta fila. Cuando se vive sobre un escenario es muy fácil conocer a la gente por sus reacciones ante el espectáculo. Y el bufón, en su torpeza, no encontró otro modo de conocer a esa mujer que le resultaba tan extrañamente lejana y cercana a la vez.

Y así, una noche lluviosa, la princesa escarlata se presentó, como siempre, puntual, en el quinto asiento de la quinta fila. La lluvia, como siempre, golpeaba el tragaluz. Cuando la luz se apagó, el público se fue retirando poco a poco y, como siempre, la princesa escarlata aguardó unos instantes en la oscuridad antes de marcharse. En su camerino, el bufón aguardó un minuto, con la máscara, pensativo. Una súbita chispa brotó en algún rincón de su mente, encendiendo algo oculto y descaradamente ignorado. Agarró otra máscara y salió corriendo al hall del teatro. Allí estaba la princesa, marchándose mientras su melena carmesí ondeaba al son del viento callejero. Sin atreverse a decir nada, el bufón corrió hacia ella y, en su torpeza, tropezó con la alfombra, cayendo al suelo. La princesa se volvió, sonrió y le tendió la mano.

Dudas.

Y, en vez de agarrarla, el bufón le tendió la máscara. Extrañada, la cogió. Con un gesto, el bufón la guió hasta el escenario y, juntos, empezaron a interpretar una nueva comedia ante un público que ya no existía.