Escudado bajo una penumbra espinosa el
Mono rehuye la mirada del Titán, Rey de un vacío deslumbrante. El
regio orbe se hunde en su propia imagen y el Mono encuentra fuera de
su encierro la alegría del abarrotado silencio. Pequeñas guirnaldas
adornan un mosaico silente y onírico, que completa su desenfadada
anfritriona. Baila. El Mono la mira, embelesado. Ella, juguetona, se
esconde tras un biombo de nubes, agitando su cabello de plata tras de
sí, solo para emerger de nuevo sobre su tamiz de sensaciones,
ociosa. Una melodía nocturna acompaña sus pasos, tiende una
alfombra que los lleva, furtivos, hacia el lecho acuoso. Ella esparce
su delicada belleza en un crisol de movimientos. El extiende sus
manos sobre el manto fluido, sin alcanzarla. El lecho reverbera bajo
sus dedos, y, de repente, ya no está ahí. La ausencia devora sus
pulmones y los ojos le despiden con una última y argéntea visión.
miércoles, 13 de marzo de 2013
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