miércoles, 13 de marzo de 2013


No quiero creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Porque no entiendo por qué a cada niño se le ofrece en sacrificio a algún tipo de oscura divinidad que nos fagocita a todos y cada uno de nosotros, nos pasa por su intrincado aparato de principios y condiciones de todo tipo y nos caga hechos ladrillos idénticos que encajan perfectamente en el gran y estéril muro de la uniformidad, en el que solo nos diferenciamos unos de otros por la cantidad de ladrillos que estamos soportando sobre nosotros. Como piezas totalmente substituibles de una maquinaria gigantesca que no dejan de ocupar el mismo lugar hasta que envejecen, se oxidan y se tiran a la caja de los trastos. Porque solo cuando eres un viejo inútil sin ganas de nada puedes permitirte el placer de una vida tranquila viendo como el castillo que has montado se vuelve polvo. La chispa de lo que eres se va degradando y la vida se te escapa al tacto, entre los dedos, como arena. Por primera vez notas que el pozo del tiempo tiene un fondo, que te precipitas hacia él y en tu cabeza se desata una tormenta que te enseña a repasar tu vida. Entiendes lo que se ha perdido y solo quieres derramar una lágrima por cada hora malgastada, por cada oportunidad perdida y por cada palabra no escuchada, pero es tarde, estás roto y no eres nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario