No quiero creer que vivimos en el mejor
de los mundos posibles. Porque no entiendo por qué a cada niño se
le ofrece en sacrificio a algún tipo de oscura divinidad que nos
fagocita a todos y cada uno de nosotros, nos pasa por su intrincado
aparato de principios y condiciones de todo tipo y nos caga hechos
ladrillos idénticos que encajan perfectamente en el gran y estéril
muro de la uniformidad, en el que solo nos diferenciamos unos de
otros por la cantidad de ladrillos que estamos soportando sobre
nosotros. Como piezas totalmente substituibles de una maquinaria
gigantesca que no dejan de ocupar el mismo lugar hasta que envejecen,
se oxidan y se tiran a la caja de los trastos. Porque solo cuando
eres un viejo inútil sin ganas de nada puedes permitirte el placer
de una vida tranquila viendo como el castillo que has montado se
vuelve polvo. La chispa de lo que eres se va degradando y la vida se
te escapa al tacto, entre los dedos, como arena. Por primera vez
notas que el pozo del tiempo tiene un fondo, que te precipitas hacia
él y en tu cabeza se desata una tormenta que te enseña a repasar tu
vida. Entiendes lo que se ha perdido y solo quieres derramar una
lágrima por cada hora malgastada, por cada oportunidad perdida y por
cada palabra no escuchada, pero es tarde, estás roto y no eres nada.
miércoles, 13 de marzo de 2013
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