martes, 18 de enero de 2011

En el paroxismo de la función llega la hora de las blasfemias. En otro tiempo, serían castigadas, ahora son solo una excusa para entretener al público. En un éxtasis cercano al trance, el bufón desagrada y entretiene con sus palabras a la audiencia. El final de la función es dramático, pero al bufón le encanta el teatro. Antes de que termine, tres flechas atraviesan su pecho y el bufón se desploma en el suelo. Sonríe en un charco de sangre. Se cierra el telón, el público se ríe y aplaude.

La sala está vacía, sus puertas cerradas y ya no hay luz en sus ventanas. El bufón sigue sonriendo en su charco de sangre. Mañana no habrá función.



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