Es una forma maravillosa de extender tu mente. La imagen de lo que no es, de lo que no puede ser. Es algo personal, tan personal que nadie lo hará igual. Podría proyectar ese rascacielos hacia la estratosfera y nadie repararía en ello. O cualquiera podría hacer estallar mi cabeza y seguiría viviendo mi vida como si nada. Es más, nada asegura que no lo hayan hecho ya. Lo puedes todo mientras no toque el suelo que pisas. El error sería creer que solo existe ese suelo. Porque debajo hay una enorme caverna en la que la esencia de las malas personas arde y se retuerce entre dolorosos espasmos. O tal vez cuatro gigantescos elefantes que atraviesan el cosmos a lomos de una tortuga de proporciones inimaginables. O incluso kilómetros y kilómetros de roca y magma, ¿por qué no? El caso es que las certezas no existen.
Así que imagínalo todo y hazlo tuyo.
lunes, 12 de diciembre de 2011
miércoles, 30 de noviembre de 2011
jueves, 3 de noviembre de 2011
Noviembre es duro. La lluvia señala las cicatrices de días mejores. El tiempo cojea. El sol ya no reina la bóveda celeste. La noche, lluviosa y larga, es una oda al sueño y la monotonía. Noviembre es duro. El frío se clava en tus huesos como un millar de agujas y el tiempo pasa gota a gota. Las luces de la colmena alumbran una oscuridad prematura con eléctrico entusiasmo. Noviembre es duro.
Me gusta Noviembre.
Me gusta Noviembre.
martes, 25 de octubre de 2011
Noes sin cuestión
En el país de ébano, la ruina repta, eterna y olvidada. Busca hundirse en el océano, al norte de las sensaciones, al sur del viento. Los muros de obsidiana caen a cada movimiento, pero no cede. Sigue ahí. Caminando hacia el norte. Eterna y olvidada.
lunes, 17 de octubre de 2011
ficción
Puede que ni siquiera esté escribiendo esto, que sea todo cuanto me rodea un producto de mi subconsciente enfermo. Nadie puede tener la certeza de lo que se supone cierto. Yo no puedo tener esa certeza. Y sin embargo, escribo esto, guardando alguna esperanza de que cualquiera de vosotros sea real. O quizás simplemente esté subrayando lo evidente para mí mismo. Eso no lo sé. ¿Como saber que cada mañana tu mirada se cruza con un techo cierto, que tu cuerpo siente la certeza de las sábanas? No se puede vivir así, y sin embargo, lo hacemos a diario sin siquiera planteárnoslo. Supongo que no tiene demasiado sentido plantearse dudas sin solución como esta. Hace poco escuché que los sueños se distinguen de la realidad porque en la realidad sabes cómo has llegado hasta una situación concreta. Podría zanjar la cuestión con eso; después de todo, sé perfectamente como he llegado a estar aquí sentado escribiendo este racimo de dudas, al igual que tú, si es que estás ahí, te has parado a leer esto.
Pero dime, ¿quién recuerda cómo ha nacido?
Pero dime, ¿quién recuerda cómo ha nacido?
domingo, 9 de octubre de 2011
Paréntesis
Despistado, olvidadizo, relajado, bipolar, depresivo, desordenado, vago, interesado, vicioso...
Me gusta como soy. Aunque a veces sea difícil.
Me gusta como soy. Aunque a veces sea difícil.
domingo, 24 de julio de 2011
La Princesa Escarlata
Reconoce un rostro en el público. Todos los días, en la quinta fila de butacas, el quinto asiento empezando por la izquierda. No recuerda cuando empezó a asistir a la función, aunque llevaba viendo ese rostro muchos meses, en la distancia. La gente va y viene, pero la princesa escarlata continúa en el quinto asiento de la quinta fila. Cuando se vive sobre un escenario es muy fácil conocer a la gente por sus reacciones ante el espectáculo. Y el bufón, en su torpeza, no encontró otro modo de conocer a esa mujer que le resultaba tan extrañamente lejana y cercana a la vez.
Y así, una noche lluviosa, la princesa escarlata se presentó, como siempre, puntual, en el quinto asiento de la quinta fila. La lluvia, como siempre, golpeaba el tragaluz. Cuando la luz se apagó, el público se fue retirando poco a poco y, como siempre, la princesa escarlata aguardó unos instantes en la oscuridad antes de marcharse. En su camerino, el bufón aguardó un minuto, con la máscara, pensativo. Una súbita chispa brotó en algún rincón de su mente, encendiendo algo oculto y descaradamente ignorado. Agarró otra máscara y salió corriendo al hall del teatro. Allí estaba la princesa, marchándose mientras su melena carmesí ondeaba al son del viento callejero. Sin atreverse a decir nada, el bufón corrió hacia ella y, en su torpeza, tropezó con la alfombra, cayendo al suelo. La princesa se volvió, sonrió y le tendió la mano.
Dudas.
Y, en vez de agarrarla, el bufón le tendió la máscara. Extrañada, la cogió. Con un gesto, el bufón la guió hasta el escenario y, juntos, empezaron a interpretar una nueva comedia ante un público que ya no existía.
Y así, una noche lluviosa, la princesa escarlata se presentó, como siempre, puntual, en el quinto asiento de la quinta fila. La lluvia, como siempre, golpeaba el tragaluz. Cuando la luz se apagó, el público se fue retirando poco a poco y, como siempre, la princesa escarlata aguardó unos instantes en la oscuridad antes de marcharse. En su camerino, el bufón aguardó un minuto, con la máscara, pensativo. Una súbita chispa brotó en algún rincón de su mente, encendiendo algo oculto y descaradamente ignorado. Agarró otra máscara y salió corriendo al hall del teatro. Allí estaba la princesa, marchándose mientras su melena carmesí ondeaba al son del viento callejero. Sin atreverse a decir nada, el bufón corrió hacia ella y, en su torpeza, tropezó con la alfombra, cayendo al suelo. La princesa se volvió, sonrió y le tendió la mano.
Dudas.
Y, en vez de agarrarla, el bufón le tendió la máscara. Extrañada, la cogió. Con un gesto, el bufón la guió hasta el escenario y, juntos, empezaron a interpretar una nueva comedia ante un público que ya no existía.
lunes, 13 de junio de 2011
la ruina
Cambia de forma, sonríe, baila y se regocija. Pero la substancia no cambia y continúa siendo una ruina, solitaria y olvidada.
domingo, 15 de mayo de 2011
Sensaciones
Giudecca. Aquí el frío domina el cuerpo y el silencio es mortal; sólo se oye el respirar de Lucifer. Me acerco y su aliento, aunque huele a metano, es cálido. Veo en su garganta, a la altura de la campanilla, una puerta negra. En su boca el frío es el mismo que había sentido antes. La abro.
La luz me ciega y caigo. Es extraño: siento como si cayese pero me da la sensación de estar ascendiendo. Finalmente, cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, veo dónde me encuentro. Columnas plateadas se yerguen orgullosas a mi alrededor, y más allá, la blancura. Camino dudoso hacia ella y la belleza que contemplo es tal que nunca la olvidaría: el Elíseo parte de mis pies.
¡Que maravilla, sentir amor y celos!
¡Y tener emociones de verdad!
La luz me ciega y caigo. Es extraño: siento como si cayese pero me da la sensación de estar ascendiendo. Finalmente, cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, veo dónde me encuentro. Columnas plateadas se yerguen orgullosas a mi alrededor, y más allá, la blancura. Camino dudoso hacia ella y la belleza que contemplo es tal que nunca la olvidaría: el Elíseo parte de mis pies.
¡Que maravilla, sentir amor y celos!
¡Y tener emociones de verdad!
domingo, 8 de mayo de 2011
Toda actitud es una pose. Una fachada que no escuda nada tras de sí, una moneda de una sola cara. Una fachada justificada por la ausencia que oculta. El llamado civismo es solo una excusa para ocultar las convenciones huecas que guían a las personas, una constante en la historia humana. Sin embargo en toda la historia nunca se ha negado de un modo tan pueril este hecho. Ahora la estética define el estatus según el criterio marcado por necesidades puramente económicas y sociales en un amasijo entrópico de subjetividad. Se trata de una búsqueda utópica y constante de la perfección estética, aplicada a unx mismx. Y como residuo de esta búsqueda solo queda la belleza, no como una representación perceptible a ojos ajenos, sino como hecho. Entonces la fachada se viene abajo y nace la ausencia. Títulos de crédito.
miércoles, 13 de abril de 2011
Me gusta pensar, ¿sabes?
No...
Más bien NECESITO pensar. Ese es mi gran error. Todos los problemas que he tenido, que he causado, todas las neuronas que he quemado en inútiles reflexiones envenenadas por la subjetividad, han caído en saco roto. Todo lo que he venido haciendo estos últimos años ha orbitado en torno a vanidades momentáneas que por alguna razón, no se si llamarlo estupidez o simple ignorancia, he considerado importantes, dandole la espalda a lo realmente importante.
Por suerte o por desgracia, en la vida hay muchas cosas que cambian. Y lamentarás que sea precisamente aquello que te esfuerzas por mantener. Sin embargo, lo realmente importante, lo esencial, es precisamente aquello que permanece, aquello que, aunque no le dediques demasiado, siempre estará ahí.
No...
Más bien NECESITO pensar. Ese es mi gran error. Todos los problemas que he tenido, que he causado, todas las neuronas que he quemado en inútiles reflexiones envenenadas por la subjetividad, han caído en saco roto. Todo lo que he venido haciendo estos últimos años ha orbitado en torno a vanidades momentáneas que por alguna razón, no se si llamarlo estupidez o simple ignorancia, he considerado importantes, dandole la espalda a lo realmente importante.
Por suerte o por desgracia, en la vida hay muchas cosas que cambian. Y lamentarás que sea precisamente aquello que te esfuerzas por mantener. Sin embargo, lo realmente importante, lo esencial, es precisamente aquello que permanece, aquello que, aunque no le dediques demasiado, siempre estará ahí.
miércoles, 26 de enero de 2011
Una sonrisa vacía, que duele en el corazón. Pero esto a él no le importa. Todo bufón es un actor, todo actor es un mentiroso, todo mentiroso algún día será un actor y todo actor acaba por convertirse en un simple bufón. Pensando esto su sonrisa se curva en una espantosa mueca, pero no deja de sonreír. Nadie aprecia la diferencia, la máscara es opaca a las emociones. El público ríe, el bufón se calla, aplausos, cae el telón.
Enfermo de la realidad, suspira. Es un lápiz roto que no dibuja una línea recta. Un camino sin destino. Divagando entre sus pensamientos, se retira del escenario, cabizbajo con la eterna y dolorosa sonrisa de su máscara. Entra en el camerino. La luz crepuscular inunda la estancia. Cierra la puerta, se sienta frente al espejo y retira la máscara. Unos ojos tristes le devuelven la mirada.
Esa dolorosa sonrisa ya no está ahí. No hay nada bajo la máscara. Solo una mirada triste. De nuevo, suspira. El mundo parecía más hermoso sobre el escenario. La misma mentira que sacaba lo peor de él mismo para disfrute del público era su mejor consuelo. Dejó en un cajón al bufón, la tristeza, los malos pensamientos, la soledad, sus caprichos y sus recuerdos, como hacía cada noche que pretendía dormir tranquilo. Pero aquella tarde, antes de marcharse, abrió la ventana. Nunca la abría. Aquella tarde tampoco tenía ningún motivo para hacerlo.
Una brisa suave le acarició la cara y el vacío dejado por todo cuanto estaba en el cajón se llenó de otra cosa. Sonrió. No con aquella mueca de hipocresía que mostraba su boca en la función, sino también con los ojos. Una sonrisa sincera.
Desde entonces, el bufón abrió la ventana todas las tardes, tras la función, para recibir las caricias del viento. Ya no estaba solo.
Enfermo de la realidad, suspira. Es un lápiz roto que no dibuja una línea recta. Un camino sin destino. Divagando entre sus pensamientos, se retira del escenario, cabizbajo con la eterna y dolorosa sonrisa de su máscara. Entra en el camerino. La luz crepuscular inunda la estancia. Cierra la puerta, se sienta frente al espejo y retira la máscara. Unos ojos tristes le devuelven la mirada.
Esa dolorosa sonrisa ya no está ahí. No hay nada bajo la máscara. Solo una mirada triste. De nuevo, suspira. El mundo parecía más hermoso sobre el escenario. La misma mentira que sacaba lo peor de él mismo para disfrute del público era su mejor consuelo. Dejó en un cajón al bufón, la tristeza, los malos pensamientos, la soledad, sus caprichos y sus recuerdos, como hacía cada noche que pretendía dormir tranquilo. Pero aquella tarde, antes de marcharse, abrió la ventana. Nunca la abría. Aquella tarde tampoco tenía ningún motivo para hacerlo.
Una brisa suave le acarició la cara y el vacío dejado por todo cuanto estaba en el cajón se llenó de otra cosa. Sonrió. No con aquella mueca de hipocresía que mostraba su boca en la función, sino también con los ojos. Una sonrisa sincera.
Desde entonces, el bufón abrió la ventana todas las tardes, tras la función, para recibir las caricias del viento. Ya no estaba solo.
martes, 18 de enero de 2011
En el paroxismo de la función llega la hora de las blasfemias. En otro tiempo, serían castigadas, ahora son solo una excusa para entretener al público. En un éxtasis cercano al trance, el bufón desagrada y entretiene con sus palabras a la audiencia. El final de la función es dramático, pero al bufón le encanta el teatro. Antes de que termine, tres flechas atraviesan su pecho y el bufón se desploma en el suelo. Sonríe en un charco de sangre. Se cierra el telón, el público se ríe y aplaude.
La sala está vacía, sus puertas cerradas y ya no hay luz en sus ventanas. El bufón sigue sonriendo en su charco de sangre. Mañana no habrá función.
=)
La sala está vacía, sus puertas cerradas y ya no hay luz en sus ventanas. El bufón sigue sonriendo en su charco de sangre. Mañana no habrá función.
=)
lunes, 10 de enero de 2011
Horror vacui.
Se alimenta de moral. Las ilusiones se disuelven como azúcar en té. Mirada vacía, puro fuego en pupilas ajenas, el corazón es de piedra, el llanto se olvida. Ahora, superficial. Este circo ya no tiene payasos ni fieras, solo arena, no hay oxígeno que respirar ni dios que se merezca su culto. No es dueño de nada ni lo será nunca. No hay pecado en sus actos.
Monstruoso. Da miedo de verdad.
Monstruoso. Da miedo de verdad.
domingo, 9 de enero de 2011
Atrapada en su torre de obsidiana, su príncipe la protege con valor voluntad y celo. La princesa, cegada por su amor, se acomoda en su jaula de oro. Pero incluso de oro, la jaula acaba empequeñeciendo ante la princesa.
Un joven arlequín observa la escena en la distancia, curioso. Sabe de la princesa, pero no de su prisión. Se aproxima cauto a la torre buscando razones para su presencia en aquel paisaje irreal. Y, en la torre, se encuentra con la princesa, ya agobiada entre las lujosas paredes de su torre. El bufón se lamenta de la situación de la princesa, impotente ante el poder del rey. Sin embargo, sonríe para ella. Desde entonces el bufón escapa de sus tristes sonrisas para ofrecerle otras más sinceras a la princesa de la torre. Los lujos de su rey la agobiaban, pero el bufón apartaba las estrecheces con su pícara sonrisa.
Un día, el poderoso caballero llegó al reino. Reclamándolo para sí, la respuesta del príncipe fue clara. “Aléjate de aquí, pues las poderosas paredes de este castillo protegen la delicada naturaleza de su princesa” El caballero, frustrado, se alejó malhumorado, no sin intenciones de volver. ¿Pero cómo?
Así, en su marcha desde la torre, halló al bufón en el camino.
-¿Adónde vas, bufón?- preguntó curioso, el caballero.
-Soy el bufón de la corte, mi señor- respondió el bufón, educado.
-No es de gran fama la afición al humor de su majestad.
-No es a su majestad a quien mis servicios complacen-replicó el bufón, sonriente-. Es a la princesa a quien sonrío mientras su majestad mira hacia otro lado.
-¿Podeis llevarme ante ella?-inquirió el caballero.
-Orgullo de sonrisa y deber de complacer-declaró el bufón-.Seguidme si os place.
Caminaron hasta la torre y la subieron, volando el bufón y trepando el caballero. La princesa se descubrió ante los ojos del segundo, que fue sorprendido por su contundente presencia. Sin más, el caballero se quedó a solas con la princesa mientras esta lo estudiaba. Por detrás, sonriendo de nuevo, el bufón desapareció.
Pasó tiempo y el bufón se esfumó, siendo su presencia subsanada con la del caballero. El bufón, velando por él, no era visto, no estaba allí. Nunca había estado. Pero su sombra seguía a la del caballero. Hasta que este, iracundo, se personó ante el príncipe, exigiendo la libertad de la princesa, acompañado de esta. Su encolerizada majestad condenó a muerte al burdo caballero en el mismo sitio. Pero su verdugo, víctima de un mal momento, fue asesinado por una lujosa lámpara de oro. En la ahora oscura confusión de la sala, el caballero escapó con la princesa, mientras el rey se lamentaba solo en la oscura soledad de su castillo. Una sonrisa colgaba del techo.
El caballero y la princesa cabalgaron hacia el ocaso en su carroza de marfil. El bufón derrama una lágrima sentado sobre el techo del carromato y sonríe sin que los amantes reparen en su presencia. Siempre estará ahí. En recuerdo y olvido.
Un joven arlequín observa la escena en la distancia, curioso. Sabe de la princesa, pero no de su prisión. Se aproxima cauto a la torre buscando razones para su presencia en aquel paisaje irreal. Y, en la torre, se encuentra con la princesa, ya agobiada entre las lujosas paredes de su torre. El bufón se lamenta de la situación de la princesa, impotente ante el poder del rey. Sin embargo, sonríe para ella. Desde entonces el bufón escapa de sus tristes sonrisas para ofrecerle otras más sinceras a la princesa de la torre. Los lujos de su rey la agobiaban, pero el bufón apartaba las estrecheces con su pícara sonrisa.
Un día, el poderoso caballero llegó al reino. Reclamándolo para sí, la respuesta del príncipe fue clara. “Aléjate de aquí, pues las poderosas paredes de este castillo protegen la delicada naturaleza de su princesa” El caballero, frustrado, se alejó malhumorado, no sin intenciones de volver. ¿Pero cómo?
Así, en su marcha desde la torre, halló al bufón en el camino.
-¿Adónde vas, bufón?- preguntó curioso, el caballero.
-Soy el bufón de la corte, mi señor- respondió el bufón, educado.
-No es de gran fama la afición al humor de su majestad.
-No es a su majestad a quien mis servicios complacen-replicó el bufón, sonriente-. Es a la princesa a quien sonrío mientras su majestad mira hacia otro lado.
-¿Podeis llevarme ante ella?-inquirió el caballero.
-Orgullo de sonrisa y deber de complacer-declaró el bufón-.Seguidme si os place.
Caminaron hasta la torre y la subieron, volando el bufón y trepando el caballero. La princesa se descubrió ante los ojos del segundo, que fue sorprendido por su contundente presencia. Sin más, el caballero se quedó a solas con la princesa mientras esta lo estudiaba. Por detrás, sonriendo de nuevo, el bufón desapareció.
Pasó tiempo y el bufón se esfumó, siendo su presencia subsanada con la del caballero. El bufón, velando por él, no era visto, no estaba allí. Nunca había estado. Pero su sombra seguía a la del caballero. Hasta que este, iracundo, se personó ante el príncipe, exigiendo la libertad de la princesa, acompañado de esta. Su encolerizada majestad condenó a muerte al burdo caballero en el mismo sitio. Pero su verdugo, víctima de un mal momento, fue asesinado por una lujosa lámpara de oro. En la ahora oscura confusión de la sala, el caballero escapó con la princesa, mientras el rey se lamentaba solo en la oscura soledad de su castillo. Una sonrisa colgaba del techo.
El caballero y la princesa cabalgaron hacia el ocaso en su carroza de marfil. El bufón derrama una lágrima sentado sobre el techo del carromato y sonríe sin que los amantes reparen en su presencia. Siempre estará ahí. En recuerdo y olvido.
jueves, 6 de enero de 2011
El hombre de arena
El hombre de arena se yergue. La tormenta arrecia, pero el hombre de arena sigue ahí. La lluvia cae del cielo como cientos de mortales agujas, pero el hombre de arena no ceja en su empeño. El hombre de arena camina pesaroso. La tormenta arrecia. Cada paso es un infierno, pero el hombre de arena es de arena. No ve, no oye, no piensa, no siente, no ama. Las personas no ven al hombre de arena, pero el hombre de arena pasa entre ellas sin que reparen en su presencia. Es una sombra mineral en un mundo vivo. El hombre de arena se detiene y levanta su ciega mirada al cielo. La tormenta arrecia. Las personas se vuelven y ven al hombre de arena. El hombre de arena sonríe. La tormenta arrecia. Y poco a poco, el viento y la lluvia se llevan la sonrisa del hombre de arena. El hombre de arena vuela y comprende que ya no es un hombre.
La tormenta arrecia.
La tormenta arrecia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)